El encanto de las catacumbas

Tras los pasos de Léon-Paul Fargue

   Léon-Paul Fargue fue un escritor puramente parisino. Me refiero a que, igual que Mesonero Romanos no podría haber sido nunca de Valencia, nuestro «peatón de París» difícilmente hubiera podido salir de otra ciudad francesa que no fuese la capital. Hijo no reconocido de un prestigioso ingeniero y de una modesta costurera, su padre hizo fortuna y se arruinó en diversas ocasiones con distintos negocios, principalmente el de la manufactura industrial de cerámicas. Según cuenta el propio Léon Paul de su infancia:

   «Nací en el 1er distrito de París, en el número 8 de la calle Coquillière, en una casa donde había dos comercios importantes y significativos, la mantequería Nortier, famosa por su mantequilla y la charcutería Battendier, que lo era por sus patés con corteza. Esto explica muchas cosas, principalmente mi glotonería». (Fuente: http://www.paperblog.fr/5631156/un-souvenir-de-leon-paul-fargue-pieton-de-paris/, traducción mía)

   Su familia puso todas sus esperanzas en que el despierto chiquillo aprovechase sus estudios y, tras un brillante paso por la enseñanza secundaria, entrase al igual que su padre en una Gran Escuela. Estudió por ello en el liceo Henry IV, donde siguió las clases de Henri Bergson y coincidió con el gran Alfred Jarry —de quien se hizo tan amigo que sus padres intentaron apartarlos y con quien más tarde fundaría una revista—, pero se dedicó más a los cafés y a la poesía simbolista que a los estudios para el examen de acceso (el khâgne, como se conoce en la jerga estudiantil de las Grandes Escuelas francesas). Para disgusto de su madre suspendió, claro.

   Léon-Pim-lpf1907aul empieza a escribir poesía precozmente y a través sobre todo de Mallarmé, que también había sido profesor suyo durante los estudios secundarios, se introduce en los cenáculos bohemios, en especial el famoso Lapin Agile, y empieza a conocer a autores de su propia generación: André Gide, Paul Valéry, Jules Romain, Valéry Larbaud, Charles-Louis Philippe… Su amistad con Maurice Ravel, con quien se involucró en el grupo de los Apaches d’Auteuil, fue especialmente intensa y duraría toda la vida. A partir de 1894 empieza a publicar poemas simbolistas en algunas revistas como L’Art littéraire y Pan pero su búsqueda de la belleza absoluta le impide decidirse a publicar un poemario completo hasta 1905, fecha de aparición de Nocturnes. En 1912 la Nouvelle Revue Française de Gide y Schlumberger recopila sus poemas precedentes en una edición titulada Poèmes. No obstante, durante esta primera etapa Fargue goza de prestigio entre sus contemporáneos sobre todo por el poema Tancrède (1895), que constituyó un pequeño acontecimiento poético que anunciaba el tono y algunos recursos de la nueva poesía y que no sería publicado como libro hasta 1911 junto con otros poemas. Adrienne Monnier por ejemplo, en sus estupendas memorias Rue de l’Odéon (Gallo Nero, 2011), recuerda la admiración que sentía por él aún antes de conocerlo, y cómo él y Larbaud se hicieron habituales de su mítica librería, formando un grupo de asiduos y atrayendo a otros autores más jóvenes. Léon-Paul Fargue tuvo siempre una predilección estética por los versos libres, de los que fue un maestro indiscutible. No en vano, afirmaba que «el arte literario solo me interesa mientras sea plástico». Su forma de abordar la poesía supuso un punto de inflexión entre el simbolismo y las vanguardias que empezaban a tomar forma en Europa, por su particular utilización de la lengua, que fue alabada hasta por Proust. Su influencia en autores posteriores es por ello comparable a la de otros poetas de su generación, como Paul Valéry y Guillaume Apollinaire. Durante las dos primera décadas del siglo publica su poesías y artículos principalmente en el Mercure de France, aunque también colaboró con otros grupos editoriales como la Nouvelle Revue Française.

   Sin embargo, el Fargue que más me interesa aquí no es el poeta sino el prosista, especialmente el que escribirá ya en los años treinta dos obras esenciales para comprender el pulso interior de una ciudad a menudo convertida por la publicidad y los medios en puro decorado. Son D’Après Paris y Le piéton de Paris, obras que describen un «plano de París», un plano sobre todo emocional. Ambos libros, de los que hablaré con más detenimiento a continuación, tuvieron un gran éxito comercial en su época, sobre todo el segundo.

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No intenten imitarlo en casa

   Poeta de la calle y paseante ilustre, sus salidas nocturnas eran legendarias y su ingeniosa simpatía desarmaba a cualquiera. Conocía a casi todo el mundo y a menudo salía con gran naturalidad del salón literario más refinado para irse a una taberna obrera, para bromear con los trabajadores que acababan la jornada. Su ingenio no entendía de clases y como buen flâneur, era famoso por su falta de puntualidad. Se dice que Erik Satie inventó una máquina para que llegase a tiempo, todo en un tono muy en la onda de Raymond Roussel, dicho sea de paso.

   Ya en los años veinte fundó y dirigió junto con Valéry y Larbaud una revista literaria de carácter vanguardista, Commerce, donde irá publicando lo que luego constituirá sus libros Espaces (1929) y Sous la lampe (1930). Aunque los dadaístas primero y después los surrealistas lo admiraron y reconocieron su  herencia, él mantuvo ciertas distancias con ambos movimientos, quizá porque su personalidad franca e individualista nunca se amoldó a las consignas de grupo.31BqpR2+N+L._SL500_AA300_

   Y llegamos al libro por el que en Francia continúa siendo un autor de culto, Le piéton de Paris. Es este un libro de madurez, puesto que fue escrito y publicado ya en la segunda mitad de los años treinta —tras D’après Paris, escrito unos años antes en el mismo tono— y supuso para el autor la actualización de su propio prestigio literario consiguiendo un gran éxito de crítica y ventas. Curiosamente el poeta se reinventa aquí como prosista al trote que pasea por sus barrios favoritos de la ciudad descubriendo para su lector cómplice rincones plenos de insospechados hallazgos. El París de Fargue es, sobre todo, el del barrio donde vivió durante treinta años, es decir, el de las estaciones del Norte y del Este y todo lo que pulula a su alrededor: el canal Saint Martin, Belleville, el bulevar Magenta, la place de la Chapelle, etc. Para él esas amplias zonas de la ciudad resultan «vastos music-halls donde uno es a la vez actor y espectador». Huye así de las imágenes de postal y de los barrios más manidos tradicionalmente para buscar una imagen tópica sobre la ciudad. Tampoco es que los ignore o que su prosa persiga un pintoresquismo de esnob. Sencillamente estamos ante el relato de un poeta parisino en pleno poder de sus facultades sobre el París que conoce tan bien y que tanto ama. Como consecuencia de ello, el detalle y los ambientes le interesan más que el sensacionalismo de las guías de viaje al uso. A lo largo de sus itinerarios pasará por lugares de renombre y encontrará a amigos artistas y personajes famosos, como Picasso, Proust, Satie… pero también elaborará el retrato del parisino y de la parisina ideales y de mil personajes callejeros. Para él, paseante sensible y afable, la frenética ciudad de las estaciones y los taxis se vuelve apacible en un recodo del canal o se aparta del sueño en la colina de Montmartre o en los cafés que acompasan la actividad nocturna de las Halles.

   Parece mentira que en pleno 2014 no haya ninguna edición en castellano de este clásico de la literatura sobre París, ampliamente conocido y reeditado en Francia. En nuestro país solo hay, que yo conozca, una edición de 1os años setenta y hace ya tiempo que está agotada. ¡Hacia dónde miran los editores!

   Léon-Paul Fargue, 1946 La fatalidad propició que una noche de 1945, mientras cenaba con Picasso y otros conocidos en el restaurante del Barrio Latino Le Catalan, un ataque de hemiplejía lo dejase parcialmente paralizado. Desde entonces el frenético hombre de las multitudes que fue Fargue, quedo postrado entre la cama y la mesa de estudio, cuidado por su mujer, sin poder recorrer ese París por el que tanto había callejeado y cuyos rincones había explorado, a la manera de un Apollinaire, un Giraud o incluso un Jacques Yonnet. A pesar de todo siguió recibiendo a amigos y admiradores en su casa, repleta de libros, buenos cuadros y objetos curiosos. En cierta manera, sus audaces libros sobre París, y especialmente Le piéton de Paris, prefiguran algunos aspectos presenten posteriormente en Le vins des rues y de Calle de los maleficios, pero son herederos, a su vez, de una diluida tradición descriptiva sobre el París popular que puede rastrearse, a través de Zola y el naturalismo, hasta Rétif de la Bretonne.

   Falleció pocos días después de que le concediesen el Nobel a Gide y se dice que a su funeral, en la iglesia de Saint François-Xavier, asistió buena parte de la intelectualidad francesa y del pueblo de París. Cantantes callejeros, camareros de café, floristas y botones abarrotaron la iglesia para despedirse respetuosamente de quien había sido uno más entre ellos, uno muy singular.

   Lecturas recomendadas:

  • Léon-Paul Fargue,   Jean-Paul Goujon (Gallimard, Collection NRF Biographies, 1997)
  • Le Piéton de Paris/D’Après Paris, Léon Paul Fargue (Gallimard, 2007)
  • Poésies, Léon Paul Fargue (Gallimard Poésie, 1967)
  • Haute solitude, Léon Paul Fargue (Gallimard, 1982)
  • Rue de l’Odeon, Adrienne Monnier (Gallo Nero, 2011)
  • La Rive Gauche, Herbert Lottman (Tusquets, Tiempo de Memoria, 2006)
  • Le Pays de la Littérature, Pierre Lepape (Éditions du seuil, 2003)
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¡Recórcholis, Léon-Paul, yo quiero una así!

Esta entrada fue publicada el 31 agosto, 2014 a las 9:48 pm. Se guardó como literatura francesa y etiquetado como , , , , , , . Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.

Un pensamiento en “Tras los pasos de Léon-Paul Fargue

  1. Enhorabuena a Errata Naturae por la estupenda edición de El peatón de París. ¡Ya iba siendo hora!

    http://www.erratanaturae.com/index.php/2014/el-peaton-de-paris/

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